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La nueva economía del Pacífico

09.12.2011


Quinientos años después de que Vasco Núñez de Balboa se internara en la tórrida selva panameña para llegar a lo que bautizó provisoriamente como mar del Sur, el océano Pacífico, cuya denominación definitiva fue impuesta seis años más tarde por Hernando de Magallanes (equivocadamente impresionado por la aparente tranquilidad de sus aguas), ha desplazado al océano Atlántico en su antigua condición de principal vía de conexión marítima de la economía mundial.


La “economía del Pacífico” ya no es más la economía del futuro. Es la economía del presente. El Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico, APEC por sus siglas en inglés, tiene actualmente 21 países miembros que, en su conjunto, concentran alrededor del 56% del producto bruto global, el 46% del comercio internacional y el 40% de la población mundial. Es también la única asociación comercial que congrega a las tres primeras economías del mundo: Estados Unidos, China y Japón.

En la reciente reunión de los jefes de Estado de la APEC, celebrada en la soleada Hawái, en la que ofició de anfitrión el primer mandatario estadounidense Barack Obama, se avanzó en la iniciativa de configurar una zona de libre comercio de la cuenca del Pacífico, a través de un proceso de carácter gradual, cuya concreción definitiva se materializará en 2020.

Esa propuesta encuentra ya en funcionamiento a una suerte de versión adelantada, que es la Sociedad Transpacífica, un acuerdo de integración que, en un principio, involucraba solo a Chile, Nueva Zelanda, Singapur y Brunei (cuatro de las economías más abiertas del mundo), pero que ahora, como lo manifestó el presidente transandino Sebastián Piñera, acaba de dar un paso gigante, en virtud del interés en sumarse expresado por Estados Unidos y por otros cuatro socios de la APEC: Perú, Australia, Malasia y Vietnam.

Esta densa trama de convenios comerciales multilaterales tiene una expresión latinoamericana en la Alianza del Pacífico, oficialmente denominada Acuerdo de Integración Profunda (AIP), firmado en abril último por Chile, Perú, Colombia y México.

Estos cuatro países también suscribieron tratados de libre comercio con Estados Unidos. Chile, Perú y Colombia, en ese orden, negociaron dichos convenios sucesivamente, en forma bilateral. México lo había hecho anteriormente como parte del Nafta. Mientras Chile, Perú y México son socios de la APEC, Colombia gestiona su incorporación. A su vez, Chile y Perú estuvieron entre los primeros países occidentales que concertaron un acuerdo de libre comercio con China.

China se avecina

Detrás de la formación de esta pujante Alianza del Pacífico, está la vigorosa expansión experimentada por los vínculos entre China y América Latina. En la Quinta Cumbre Empresarial China-América Latina, realizada en Lima, que contó con la participación de un millar de empresarios (600 latinoamericanos y 400 chinos), quedó evidenciado el exponencial incremento del comercio recíproco y de las inversiones chinas en la región.

En diez años, hubo una verdadera explosión en el comercio bilateral entre China y América Latina. Según las estimaciones del Fondo Monetario Internacional, el intercambio pasó de los 10.000 millones de dólares, en 2000, a los 183.000 millones de dólares, en 2010. En la última década, las importaciones chinas en América Latina aumentaron el 1.153%, mientras que sus exportaciones crecieron el 1.800%.

China ya se ha convertido en el principal socio comercial de Brasil y Chile, desplazando en ambos casos a Estados Unidos, y en el segundo socio comercial de Argentina y Perú. Más del 60% de las importaciones chinas de soja proviene de Argentina y Brasil, así como el 80% de las importaciones de harina de pescado de China proviene de Perú y Chile.

Las inversiones chinas en América Latina también aumentan a un ritmo vertiginoso. Esa radicación de capitales privilegia la construcción de grandes obras de infraestructura, para las que cuentan con recursos propios de financiación, y la exploración y explotación de recursos naturales, en especial el petróleo, el gas, la minería y la producción agropecuaria.

Por una cuestión de tamaño de su economía, la principal fuente de atracción de esas inversiones es Brasil. Pero cualitativamente sobresale la presencia china en Perú y en Chile, particularmente, en la industria del cobre y en la pesca, y, más recientemente, en Venezuela y en Bolivia, con el que acordó la construcción de un satélite de comunicaciones.

El consenso de Pekín

En la reunión cumbre de la APEC en Hawái, Obama proclamó que Estados Unidos es un país del Pacífico. Para aventar cualquier duda interpretativa, especificó: “Ninguna región será más importante para determinar nuestro futuro económico a largo plazo que la región del Asia Pacífico”.

Lo de Obama no fue una simple frase de circunstancias. Hillary Clinton publicó un artículo en Foreign Policy, al que tituló “El siglo del Pacífico en Estados Unidos”. En él la secretaria de Estado afirma, sin eufemismos diplomáticos, que el porvenir de la economía norteamericana depende de su capacidad para conquistar los mercados asiáticos.

Al mismo tiempo, un reciente estudio del Banco Mundial señala: “El fuerte crecimiento en la última década en América Latina y el Caribe ha tenido un nuevo impulsor clave, China, que ha demostrado ser una fuente importante de estabilidad, tanto durante la crisis económica internacional de hace dos años, la más importante después de la Gran Depresión, como durante la actual crisis de mercado que está ocurriendo en Europa y Estados Unidos”.

En un lenguaje sutil, pero que refleja una cierta sensación de alarma ante un monumental cambio geopolítico, el informe advierte también que “el crecimiento en los países de América Latina parece estar cada vez más atado al desarrollo en China y menos a los de los países desarrollados”.

En este contexto, cobran mayor significado las apreciaciones académicas acerca de que, así como en la década del 90 se hablaba del “consenso de Washington” como un paradigma internacional surgido del fin de la Guerra Fría, la disolución de la Unión Soviética y el predominio mundial de Estados Unidos, en esta segunda década del siglo XXI comienza a visualizarse la existencia de un incipiente “consenso de Pekín”.

El eje de ese nuevo consenso internacional es el hecho de que, en términos de largo plazo, la inserción de cualquier país del mundo en la economía globalizada estará condicionada decisivamente por el grado y las características de su integración entre su sistema productivo y la economía china. Así como durante una gran parte de la Edad Media la “ruta de la seda”, inmortalizada por Marco Polo, signó la prosperidad de las regiones por las que circulaban las caravanas de comerciantes que transportaban las mercaderías entre Europa y China, el camino del Pacífico, que une a América con China, está llamado a constituirse en el rumbo estratégico de la economía mundial. Salta está mucho más cerca del Pacífico que del Atlántico.